Amanece sobre la estepa en la que ando exiliado de las cálidas aguas de mi mar y de mi isla. Amanece nítido pero al tiempo brumoso, y no es lo mismo. Porque aquí el aire es seco y recio, cortante. Aquí la bruma se pega al terreno, acecha en la vegetación, se escurre entre los terrones. Aquí el mar se intuye lejano (o mejor, se siente su ausencia, el vacío que deja en el alma para los que somos de su ser). Aquí no lo puedes oler.
El olfato (y el gusto, que en realidad es el mismo órgano pero extendido "al revés" para poder buscar huellas químicas en lo que penetra en nuestro interior con destino al sistema digestivo) es el sensor mas extraordinario que poseemos. Cegado por la gran importancia que le damos a la información visual y atolondrados por la cultura occidental que reniega del universo olfativo, obviamos la importancia y la significancia de los olores. Pero el caso es que somo capaces de percibir incluso unas pocas moléculas de agente oloroso en una bocanada respirada. No digamos ya los grandes especialistas del ramo, como los perros, los elefantes o los cerdos. Y además, el olor, junto con el sabor, es la sensación mas poderosamente evocadora de recuerdos que podemos percibir.
A kilómetros de distancia, tantos como para que nuestra vista aun no sea capaz de localizar el origen, nuestro olfato es capaz de detectar e informar de la presencia de cosas tan etéreas como la humedad de la lluvia, las tormentas eléctricas o el mar. Olemos la muerte (no la putrefacción del cuerpo muerto sino un rasgo particular e indefinible asociado a la muerte misma), la niebla, el calor (lo certifico; yo lo he sentido), ...
En mi particular universo el olor del mar ocupa un lugar especial. Es la atmósfera cálida en la que se envuelve cualquier espacio que yo pueda llegar a llamar mi hogar. Aunque no lo pueda ver a diario, necesito el mar cerca de mí. Necesito su olor para sentirme a salvo y en casa.
Pero aquí no está. Aquí abundan el silencio y la claridad, el cielo es mas nítido y los caminos mas rectos. Aquí el paisaje es mutante y ambiguo como la piel de un camaleón, que fuese del rojo sangre al verde chillón, pasando por el amarillo e incluso el gris, y todo sin cambiar de metro cuadrado. Aquí el frío corta y el calor achicharra. Es una tierra de severa hermosura pero a la que no me unen los lazos de la sangre. Una tierra en la que estoy de paso.
Y en esas ando aquí, lejos de casa, esperando que el capricho voluble de los dioses me permita encontrar de nuevo el camino de vuelta. Contemplando amaneceres llenos de una rabiosa belleza en esta tierra sin sombras a la que no me puedo anclar mas que lo justo porque el mar me llama, me grita a lo lejos, tendiéndome fugaces moléculas de agua y salitre que se pierden en el viento antes de haberme alcanzado. Esperando que pronto deba de izar velas y partir.
P.D.: Y es que estos dioses inclementes me tienen harto y me hacen albergar ateas tentaciones de liarme la manta a la cabeza y mandarlos a paseo ...
"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la
sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".
Homero, Odisea, Canto I
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Te diré, querido Oddiseis, lo que reza el inicio de cierto poema que me escribió mi esposa hace muchos años: "El mar y tú/sois igual" (puede que un día lo publique íntegro en el blog).
ResponderEliminarAtracción sublime que hechiza e incluso, casi, quita la vida. Poder entrar y quedarse, poder dormirse en él, poderlo acostar. El mar es poesía esencial, vida y final. Es el mar.
Un abrazo.
Qué estrofas más buenas Javier, casi le quitas el protagonismo a la entrada que tiene como culpable de ese malestar del que proclama Oddiseis a mis queridas tierras castellanas. Tierras que me vieron nacer y que me dieron innumerables satisfacciones en esas circunstancias que describe en la entrada de fríos que cortan y calores que achicharran, llanuras infinitas, a veces, escondidas entre nieblas.
ResponderEliminarMis sentimientos son en cierto modo, contrarios a los de Oddiseis, yo soy un lobo estepario, al que le gusta ver de vez en cuando el mar y descubrir olores nuevos traídos por la humedad de ese agua salada y paisajes dominados por los azules bajo el horizonte.
Espero que sepas disfrutar de mi tierra, mientras dure tu estancia por allí.
No quisiera producir una falsa impresión; no son esas tierras las que me causan malestar, antes al contrario. El malestar me lo causan, muy especialmente en estos días, los "dioses" inclementes que han decidido jugar a la oca con mi vida y la de los míos.
ResponderEliminarAntes que por las estepas castellanas (manchegas para mas señas), sus designios me llevaron hasta las Islas Afortunadas (si son tan amables, leanse esta entrada). Y en ambos lugares he tenido muchas y fecundas experiencias. Y he conocido muy buena gente, como de lo contrario también lógicamente.
Pero yo soy muy de mar, como otros son urbanitas o rurales, y muy mediterráneo, y tal vez por eso (tal vez no; seguro) trato de no echar demasiadas raíces, de tener siempre la maleta a medio hacer, de saberme de paso, para que no llegue el día que sienta melancólico que he renunciado a mi ser íntimo.
Pero en el camino de vuelta a mi mar, no tengan la menor duda de que nunca pierdo la oportunidad de detenerme a contemplar la serena y recia belleza de estas planicies, a escuchar su silencio y a disfrutar su frío y sus nieblas.
Hablas de la tierra de mi familia materna, abuelo de Albacete y abuela de donde se acaba la mancha, la muy noble Alcaráz. En Alcaráz por un lado de ve la sierra y por el otro la llanura de Don Quijote, pero hay que recordar que en su primera salida con Sancho, A quijano le dio por "hacer locuras" en la Sierra de Alcaráz (esto es una estimación de los eruditos, en la novela no se menciona el nombre de la sierra).
ResponderEliminarEfectivamente Joako. Yo la Sierra de Alcaraz la conozco básicamente porque es de donde nos llegan las tormentas y las nieblas al aeropuerto.
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