"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



domingo, 19 de diciembre de 2010

Como lágrimas en la lluvia ...


Hace mucho, cuando los hombres éramos mas sabios y mas pacientes, aprendimos a capturar una mota de la magia de las flores. Las cultivamos en huertos cuidados, las cosechamos con delicadeza, las maceramos, las cocimos, las destilamos una y otra vez, y al fin, clara y nítida, mágica y asombrosa, la esencia de las flores nos era dada en minúsculas gotas. Su perfume, su alma.

Valorar nuestras vidas es un ejercicio de la mayor dificultad. Para lo bueno y para lo malo somos nuestro peor testigo, el más condescendiente y el mas cruel. Siempre tratamos de ver nuestro reflejo en los demás para poder intuir nuestra propia dimensión, porque a fuerza de vivir dentro de nuestra piel, de vernos cada día en cada momento, perdemos la noción de nuestras virtudes y de nuestros defectos. Al final somos buenos o somos malos según los sentimientos y las opiniones que despertamos en los demás.

Por eso mismo, medimos nuestras vidas en el impacto que deja en el mundo. La fama, el recuerdo, lo creado, lo construido, lo destruido, lo conquistado, lo descubierto, lo inventado, un nombre en la historia, una estatua en una plaza, una tumba que sobreviva a las eras. ¿Nuestra vida se mide con las veces que las generaciones venideras pronunciarán nuestro nombre o contemplarán nuestra obra?.

La vida está llena de grandes momentos y de minúsculos momentos. ¿Cómo medirla?¿Cómo ser honesto y objetivo con uno mismo, cuando de lo que se trata es de juzgar si después de todo nuestra existencia tuvo un sentido?

Es asombroso; tomas la vista atrás. Cosechas lo vivido, lo visto, lo perdido, lo amado, lo detestado. Mezclas todo bien prieto y lo machacas. Luego lo prensas, lo trituras y lo dejas fermentar. Después cueces, tamizas, escurres y, finalmente, lo destilas, hasta que todo lo intrascendente se separe y se pierda por el desagüe. Hasta que solo queden los momentos únicos, las sensaciones puras. El éxtasis, las revelaciones, el dolor prístino, el amor primero.

Lo que queda es la parte de la vida por la que merece ser vivida. Y cuanto mayor sea su número, mas sentido y mas valor tuvo esa vida. Aunque todos y cada uno de esos momentos terminen desapareciendo con la mente que los albergó.

Insisto; es asombroso. La cantidad de momentos únicos que vivimos sin ser conscientes de ellos, valorando nuestras vidas según el éxito o el fracaso de nuestras pequeñas e intrascendentes guerras mientras obviamos o menospreciamos lo verdaderamente esencial.

En los momentos mágicos parece que el tiempo se detuviese. Y realmente lo hace, o al menos corre mas lento, porque eso que nos está ocurriendo es la vida. El resto del tiempo es solo decorado.


P.D.: Para Jordi, por inspirarme la comedura de coco, y para Carlos, que piensa que estoy muy rayado pero que se fue a la Patagonia y paró el coche en medio de la noche y de la nada, y miró las estrellas y se asombró ...