"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



martes, 26 de junio de 2012

Excursión al Maestrazgo turolense



A veces me parece absurdo, con la que está cayendo y lo que se avecina, hacer o tratar de fotografía o de lugares, o de pequeños placeres. Y a veces hay tantas cosas por las que gritar, tantas ganas de hacerlo, que no te sale la voz del pecho.

Pero es que también a veces es precisamente eso que dejamos por intrascendente lo que de veras tiene sentido y no ese teatro dadaísta que nos presentan cada día los medios de comunicación. El camino está mas cerca de lo primero que de lo otro.


Hay un lugar en esa Teruel olvidada de Dios en el que las piedras son mas sabias que los hombres. Un lugar en el que la vida, tenaz, se empeña en perpetuarse en ciclos inmutables sobre quien sea y pese a quien le pese. Un lugar cuyo mayor motivo de noticia es ser cuna de tormentas desde que se tiene memoria.


Una isla tierra adentro que poco a poco se va sepultando en el polvo y la ruina mientras retorna a la tierra y al cielo.


Allí encuentras valores perdidos por nuestra sociedad; que nada es lo bastante viejo para ser inútil, que siempre es posible volver a edificar lo destruido, que la tenacidad y la paciencia son herramientas mas poderosas a largo plazo que la prisa y el engreimiento.




Un día, junto a un camino, vi un tronco de madera roja y petrificada surgiendo de la arenisca fina y blanca de lo que un día fue una playa tropical en la que quedó varado allá por el Jurásico. Aquella noche vi los cielos intemporales y eternos que contemplan incluso a quien no los ve.




Ahí estaban todas aquellas cosas mucho antes de que nosotros llegásemos y permanecerán allí, impertérritas, hasta mucho después de que nos marchemos. De lo que se trata es de cuánto queremos permanecer junto a ellas.