"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



domingo, 28 de noviembre de 2010

El pájaro de fuego



Trabajar en un aeropuerto tiene el aliciente, no poco infantil, de poder contemplar de cerca los grandes pájaros metálicos. He de decir que son máquinas que siempre me han maravillado, por su tamaño, su elegancia y la extraña magia que hace que algo tan enorme y pesado pueda alzarse en el aire con suavidad. Sin embargo, lo cierto es que casi nunca me he decidido a fotografiarlos. Y no sé muy bien por qué.

Allí donde yo estoy, los aparatos que menudean son particularmente espectaculares aunque a mí me ponen un poco nervioso por razones que no vienen a cuento ahora. En cambio, mas raramente, dos de estos pájaros, unos de un tipo algo diferente, pasan una pequeña temporada aparcados frente a la ventana de mi oficina y han conseguido cautivarme.


Cada verano, un par de hidroaviones contraincendios hacen base en mi aeropuerto. Están ahí esperando una emergencia, como apoyo intermedio entre las bases de levante y las de zonas mas interiores. Se trata de aparatos ya vetustos, con las líneas y el gusto de otra época, fantásticamente diseñados y construidos, robustos, fiables (¡qué diferencia con los modos de fabricar de hoy en día ... !).

Su forma resulta sorprendente porque lateralmente parecen muy macizos pero de perfil resultan sumamente estilizados. Tienen un aire como de peces, como de enormes lubinas anaranjadas, parecido que se incrementa por los visores de observación de forma hemisférica que hay a cada lado del fuselaje y que, visto desde atrás, recuerdan a los ojos del pez.


He charlado algunas veces con sus pilotos y son gente realmente valiosa que se juegan la vida cada verano para que no perdamos lo poco que nos queda de nuestros bosques y zonas forestales. Pilotarlos es realmente difícil y se requiere mucha experiencia y pericia, principalmente a causa de los violentos cambios de sustentación que se producen al descargar el agua o al volar entre las turbulentas corrientes térmicas que envuelve los incendios. Es tarea solo apta para los mejores.

No son tiempos en los que derrochar sea la mejor idea y la cantidad de combustible que consumen los aviones es ciertamente escalofriante. En muchos sentidos pienso que habría que empezar a replantearse todo el concepto del transporte aéreo. Pero si tiene sentido quemar litros de queroseno para algún propósito, desde luego este es uno de ellos.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Lo mejor de la vida (Para David)

No le voy a poner mucha letra a esta entrada. A veces se entiende mejor así, diciendo solo lo imprescindible.

Pero ya que me preguntas te diré que lo mejor de la vida es:

 EXPLORAR ...

DESCUBRIR ...

CREAR ...
 

... y, entremedias, AMAR. 

Y si no dejas de hacerlo nunca, cuando al fin te detengas y eches la vista atrás, verás que tu vida fue un viaje hermoso y fructífero en el que siempre tuviste quien te acompañase. 

Y no dudarás que mereció la pena hacerlo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Curso de economía para Cosmonautas II: El Decrecimiento Sereno (1).



Esta va a ser una entrada un tanto peculiar respecto a lo que suelo hacer, tanto por su temática como por su tono o por ser una mezcla de reseña literaria y nueva entrega de mi Curso de Economía, ahora rebautizado "para Cosmonautas" precisamente por una significativa metáfora encontrada en la obra en cuestión. Se trata de "Pequeño tratado del Decrecimiento Sereno" de Serge Latouche, profesor emérito de economía de la Universidad Paris-Sud XI, en Orsay, publicado por Icaria en 2009.

Cuenta Latouche que nuestra sociedad (y en mayor o menor medida todas las "alternativas" de corte socialista/comunista) se comportan respecto al mundo siguiendo la "máxima del Cowboy"; crecer todo cuanto le sea posible a expensas de un entorno que se supone infinito en espacio y recursos. Desde luego, para los habitantes de la Edad de Piedra y posteriormente, hasta la Revolución Industrial, esta visión era una aproximación razonablemente realista. Pero en los últimos dos siglos hemos llegado a consumir los recursos naturales (económicos o no) a tal ritmo que ya no es posible considerarlos infinitos respecto a esa tasa de depredación. De modo que es necesario replantearnos nuestros modos de actuación siguiendo la "máxima del cosmonauta"; utilizar los recursos disponibles con la mayor eficacia y con la conciencia de su finitud para asegurar la supervivencia a largo plazo en un entorno limitado y restringido.

La cuestión es que nuestro modo de vida es tan intensiva e ineficientemente consumidor de recursos que ha traspasado el umbral de la existencia estable. Ni el planeta tiene tantos recursos como para abastecernos ni dispone de la capacidad para albergar nuestros residuos, mas allá de unas pocas generaciones mas. Y eso siempre y cuando perdure durante ese tiempo la desigualdad que hace que menos de la cuarta parte de la humanidad conozca ese grado de "bienestar", porque todo avance en el desarrollo económico y social de esas tres cuartas partes del mundo no haría mas que acortar los plazos.  


Pero, ¿necesitamos realmente consumir todos esos recursos?. Nuestro modo de vida, nuestro paradigma cultural, equipara bienestar y nivel de consumo (vean esta interesantísima entrada del blog de Joako). Sentimos que vivimos mejor que cualquiera de las generaciones anteriores simplemente porque "tenemos mas cosas". Aunque para ello dispongamos de menos tiempo para cuidar de nuestros hijos y de nuestros mayores, aunque nuestra esperanza de vida haya retrocedido en los últimos veinte años, aunque la espectativa subjetiva respecto de nuestras posibilidades de promoción social y económica sean hoy las mas bajas de los últimos cuarenta años. Aun cuando seamos conscientes del inmenso e irreversible deterioro de nuestro entorno ecológico y paisajístico, del deterioro de nuestro habitat social y de la pérdida de diversidad cultural e individual. Creemos que vivimos mejor pese a todo simplemente porque producimos y consumimos mas cosas que nunca antes; porque crecemos en términos de PIB.

El planteamiento de la obra de Latouche, que no es mas que un opúsculo o resumen introductorio del concepto del Decrecimiento Sereno, que desarrolla mas extensamente en otra obra suya (La apuesta por el Decrecimiento, Icaria, 2008), es una respuesta a ese dilema que sigue las ideas expresadas por vez primera por los integrantes del Club de Roma en 1972.


Un mundo en crecimiento indefinido es insostenible y, de hecho, imposible. Pero también lo es un mundo con los actuales niveles de consumo extendidos a la totalidad de la población. De modo que la supervivencia a largo plazo de la humanidad y de nuestras sociedades, junto con la aspiración al desarrollo pleno e igualitario de todos los habitantes del planeta independientemente de su nacionalidad, raza, sexo, credo o condición social, no son abordables mas que mediante el planteamiento del abandono consciente de nuestro modelo basado en el crecimiento y la recuperación de niveles de consumo muy inferiores. El decrecimiento sereno.

No obstante, se aclara en la obra que no se trata del decrecimiento por el decrecimiento, sino del abandono del crecimiento como objetivo, como icono, y la búsqueda de niveles de producción y consumo compatibles con la capacidad de abastecimiento y recuperación del planeta. Decrecimiento o tal vez mas correctamente "acrecimiento". Sin que ello signifique necesariamente una reducción de la calidad de vida real y mucho menos una negación del necesario desarrollo del tercer mundo.

En la segunda parte de esta entrada detallaré las bases de la alternativa descrita por Latouche y el programa político para su desarrollo, así como mi visión crítica respecto de todo ello.

viernes, 12 de noviembre de 2010

De la niñez, Saturno y sus anillos.


Tuve la suerte de nacer justo en el comienzo de la época dorada de la exploración del sistema solar. Aquel mismo año, 1972, vio el final del programa lunar, cuando casi exactamente a la medianoche del 14 de diciembre despegaba de la superficie de nuestro satélite la última tripulación que lo ha visitado hasta el día de hoy. Y con ella se apagaban los últimos rescoldos de la carrera espacial, ese modo de entender la exploración del espacio como una mera disputa de supremacía geoestratégica.

Callaron la propaganda y la política y empezó a hablar la ciencia; el 3 de marzo de 1972 la NASA lanzaba la Pioneer 10, el primer objeto lanzado por el hombre que lograría alcanzar Júpiter y luego superar la frontera del sistema solar. El 6 de abril de 1973 lanzaban la Pioneer 11, también a Júpiter y mas tarde a Saturno. El 21 y 25 de julio y el 5 y 9 de agosto de ese año los soviéticos lo hacían con la Mars 4, 5, 6 y 7 con destino Marte, y el 3 de noviembre los americanos con el Mariner 10 a Venus y Mercurio. El 8 y 14 de junio de 1975 despegaban las Venera 9 y 10 (soviéticas) rumbo a Venus, y el 20 de agosto y 9 de septiembre las Viking 1 y 2 (americanas) a Marte.

En mis primeros cuatro años de vida se lanzaron 11 sondas espaciales, se visitaron por primera vez tres planetas (Mercurio, Júpiter y Saturno) y se aterrizó en dos mas (Venus y Marte). Supongo que todo aquel torrente de efemérides increíbles y excitantes y las maravillosas fotografías que las acompañaron lograron impactarme de tal modo la imaginación que mi mente y mi corazón quedaron atrapados para siempre por la fascinación de la astronomía. Demasiado pequeño para saber el significado de aquellas cosas, los nombres de los planetas se convirtieron en sinónimo de asombro y maravilla.


Antes de aprender a leer ya rebuscaba entre las ilustraciones de los libros de mis padres tratando de encontrar fotografías o dibujos de Marte, la Luna, Júpiter ... Pero sobre todas las cosas, Saturno. Con sus anillos orbitándole, era la quintaesencia misma de lo extraordinario y su sola visión trasportaba mi imaginación a través del espacio infinito. Mas tarde, cuando aprendí a desentrañar el secreto de la palabra escrita, los textos al pie de aquellas ilustraciones me descubrieron que además era un mundo inconcebiblemente grande (aunque también descubrí con frustración que no era el mayor de todos) y que estaba acompañado de mas de una decena de satélites, entre ellos uno llamado Titán; ¡qué increíble sería ver aquel cielo lleno de lunas!.

Y en esas, tal día como hoy de hace exactamente 30 años, otra sonda espacial, la Voyager 1 llegó hasta él. En realidad yo no me enteraría hasta el día siguiente, el 13 de noviembre cuando mi madre me anunció que en el telediario habían contado que una nave espacial había pasado junto al planeta y había transmitido increíbles fotografías de sus anillos en las que se veía que cada uno de ellos estaba en realidad formado por miriadas de otros mucho mas pequeños apiñados unos junto a otros. Asombrada, me describió una foto en la que los anillos parecían la superficie de un disco de vinilo "con mas colores que el arco iris".

Carl Edward Sagan (1934-1996) autor de Cosmos, en un fotograma de la serie.

En los días siguientes asistí hipnotizado al desfilar de imágenes y datos, y algo indefinible empezó a agitarse en mi interior. Algo que trataba de tomar forma, de lograr expresión y salir a la luz. Y al fin lo hizo unos pocos meses mas tarde, en agosto de 1981 cuando, por pura casualidad, vi el primer capítulo de la serie documental Cosmos, la genial obra de Carl E. Sagan. Entonces, toda la fascinación y el asombro que durante aquellos 9 años había desarrollado por las astronomía cobraron sentido al descubrir que la ciencia era un modo de vida, que descubrir el mundo era una forma de estética, que existía una armonía sublime entre lo inmenso, el Universo, y lo humilde y cotidiano, la vida misma, nuestra vida como individuos.

A partir de ese momento supe lo que quería hacer con mi vida y dónde estaría el refugio seguro para mi alma; para siempre, entre las estrellas. Hay que ver lo que pueden hacer los anillos de un planeta ...

Por increíble que pueda parecer, es posible fotografiar los anillos de Saturno e incluso su mayor satélite, Titán, con un simple teleobjetivo (y mucha paciencia), en este caso un 350 mm a f:5, con 1/40 s y 2 s de exposición respectivamente. Titán es el pequeño trazo abajo a la izquierda junto a Saturno. Se puede apreciar que está en el mismo plano que los anillos del planeta.

P.D.: 30 años, ¡madre mía, como pasa el tiempo!

martes, 9 de noviembre de 2010

El crepúsculo de medianoche


Como ya expliqué en otra entrada, el crepúsculo, en sentido astronómico, empieza con la puesta de Sol y acaba cuando éste se encuentra a 18º bajo el horizonte. Suele durar entre una hora y hora y media, dependiendo de la época del año.

A partir de ese momento se habla de noche cerrada. O se hablaba, en el pasado. O en otros parajes, lejanos y recónditos, donde la mano del hombre apenas alcanza. Porque en realidad, por aquí, el crepúsculo permanece durante toda la noche.

Un crepúsculo rojo anaranjado, de horizonte en llamas, infernal. Similar al que se puede ver mas allá del círculo polar ártico (y del antártico, claro) durante los mediodías nocturnos de invierno. Solo que es un crepúsculo que nos hemos inventado nosotros y que alimentamos sin cesar con nuestra enfermiza obsesión de recrear el día en la noche. Un crepúsculo presente incluso en los mejores cielos de la península.


Cuando era niño pasaba horas enteras de la noche sentado en el balcón de mi casa contemplando las estrellas. Acompañado de un planisferio de cartón saltaba de estrella en estrella tratando de memorizar las constelaciones y buscando el límite de lo que mi ojo podía percibir. Aprendí a encontrar la Polar de un solo vistazo, a distinguir los planetas de las estrellas, a atisbar la tenue nebulosidad de la galaxia de Andrómeda o de la Espada de Orión. Y no era sencillo porque ya entonces, hace mas de veinticinco años, los cielos de mi ciudad eran unos de los mas contaminados de luz de España.

Entonces, inesperadamente, como todos los buenos regalos de esta vida, llegó el gran apagón. Me pilló sentado en el balcón, aterido de frío y concentrado en mi tarea. Y fue como ver encenderse un gran árbol de navidad. Solo que el árbol era el cielo entero.

Hasta ese día nunca había sabido lo negra que es la noche en realidad ni la inmensa cantidad de estrellas que la abarrotan. Fue tal la explosión que perdí toda referencia y no era capaz de distinguir las constelaciones, naufragadas las estrellas guía en ese ingente torrente de luminarias. Fui feliz hasta que volvió la luz una hora y pico después. Luego bajó el telón y nunca ha vuelto a levantarse.

Desde ese día solo en muy contadas ocasiones he vuelto a ver un cielo así. Ante la indiferencia de la mayoría, los cielos cada vez son mas anaranjados y planos. Nos han secuestrado a las estrellas delante de nuestras narices. Y me pregunto si somos realmente conscientes de lo mucho que hemos perdido con ello.

Incluso Júpiter, el Rey de los Planetas, ve su esplendor menoscabado
por el rojo resplandor de nuestra locura.

martes, 2 de noviembre de 2010

Pureza fotográfica

En gran medida, la fotografía siempre ha aspirado a reflejar con la mayor exactitud posible lo que ven nuestros ojos. En la era de las cámaras digitales y del photoshop esta aspiración ha derivado en dialéctica, en enfrentamiento, entre los partidarios de la pureza fotográfica y los adeptos a extraer de cada archivo mundos paralelos.

Filosofía aparte y sin entrar en polémicas para las que no estoy capacitado puesto que no soy fotógrafo, habría que plantearse qué significa la palabra pureza cuando hablamos de fotografía. Porque al fin y al cabo, aun hoy en día la distancia que separa lo que ven nuestros ojos de lo que plasma la cámara es abismal. Ninguna cámara del mundo es capaz de trabajar con el inmenso rango dinámico del que disfruta nuestro ojo, ninguna tiene su asombrosa capacidad de adaptación de foco y muy pocas pueden igualar sus "megapíxeles". Pero aparte de ello, nuestra vista tiene sus peculiaridades, sus "manías", muy diferentes de la respuesta relativamente homogénea de una cámara, sea ésta digital o analógica.

Por ejemplo el efecto Purkinje, del que ya traté en otra entrada, que nos hace ver el mundo ligeramente azulado cuando los niveles luminosos son bajos (razón por la cual asociamos con ese tono la luz de la luna llena o "moonlight"). O como el hecho de que finalmente terminamos por perder la percepción del color cuando los niveles bajan aun mas.

Las cámaras digitales ( o mas correctamente sus sensores CCD o CMOS) no se comportan así y siguen mostrándose igual de sensibles a cada color independientemente de la intensidad luminosa. Y desde luego no se "desaturan" a niveles muy bajos.

Por tanto surge la paradoja de que para que una fotografía nocturna, en particular astronómica, refleje con la mayor fidelidad posible lo que nuestros ojos captan, es imposible respetar la "toma bruta". La pureza implica tergiversación.


La foto que les presento es un ejemplo de ello. He descartado primero la información de color (la he vuelto monocroma, para entendernos) y luego le he aplicado un efecto de color para transformar los niveles de gris en niveles de azul (imitando al efecto Purkinje), pero saturado muy débilmente (pasando del 100% original a un 30%) . El efecto final trata de ser lo más realista posible, al menos en lo que a la apariencia cromática se refiere, aunque en última instancia habría muchos otros aspectos que pulir.

La cuestión es: ¿es esto a lo que nos referimos cuando hablamos de pureza?¿a ustedes qué les parece?

P.D.: En la foto aparece un pequeño grupito de estrellas (un asterismo, para los puristas del lenguaje) bautizado como "la percha". ¿Serían capaces de encontrarlo?