"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



sábado, 17 de abril de 2010

La Isla del Meridiano (I)

Cosas de la vida. Yo, como Serrat, nací en el Mediterráneo, pero en mi azaroso deambular traspasé las Columnas de Hércules y navegué hacia el sudoeste empujado por el alisio hasta alcanzar las agrestes costas de una alta roca, negra y roja, a la que conocen por Isla del Meridiano. Allí, los mismos vientos que me habían traído me retubieron algún tiempo, casi año y medio, y pude conocer su geografía y sus gentes.


Fortaleza inespugnable, perpetuamente asediada por el océano y los vientos, toda ella está como en suspenso, espectante entre la creación y la destrucción. Se esconde en la niebla y, celosa, espera. Lo que le trae el viento o lo que pasa de largo. No hace más. El tiempo corre a otro ritmo entre los mangos y las plataneras.


Es un mundo metido en una pompa de jabón. Todos los países y aún la misma Luna caben en su angosto solar y se suceden uno a otro cuando la recorres de punta a cabo. Y al final, cuando cae sobre las aguas todo lo más al Sur que alcanza, llega hasta lo paradójico, al Mar sin Viento, rodeado de viento.
Me encaramé a menudo desde sus anchas columnas de duro y tenaz basalto negro hasta la cima de frágiles y quebradizas cenizas, telúricas y biológicas (se puede llevar cuenta de los años, como en el tronco de los árboles, por la cromática alternancia de ambas). Y desde allí logré atisbar en los raros momentos en los que la niebla se abría y la parda y sofocante cálima se encontraba lejos al este, un cielo prístino y sereno, como únicamente la soledad puede permitir.


Reflexioné bajo las estrellas tratando de comprender lo que la isla me decía. Pero su alma es antigua y extraña, muy anterior a los seres humanos que la habítan (casi que la sobrellevan), como el aullido del viento entre los altos muros de sus acantilados, tan diferente del cálido arruyo de mi Mar sobre las arenas de Ithaké...
Desistí de comprenderla, de atraparla en una botella, y mi corazón se llenó de respeto por la roca.

5 comentarios:

  1. Lo que no sabíamos al llegar allí, es que llevábamos un tesorito con nosotros.

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  2. Hola!!!! soy alba jaja la prima de ana, madre mia..te tengo que decir que eres un fotografo muy muy bueno que lo sepas...me encantan tus fotos sisisi, y son realmente buenas para no haber estudiado fotografia...
    venga un beso!

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  3. Se hace lo que se puede Alba. Muchas gracias por el piropo y espero que te sigan gustando.
    Un beso.

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  4. Había visto algunas fotos de tu periplo por el Hierro, pero en el blog, en este nuevo marco de expresión propia que estás creando, lucen todavía más. Te conozco hace muchos años, y aunque me gusten, no puedo tasar las fotografías. Aprecio su belleza pero soy un ciego de su arte. Lo mío son las palabras, y con el paso del tiempo, las tuyas han madurado y crecido, nos comunican el rico mundo interior de esa cabeza tuya a veces despistada. Porque te conozco bien puedo decirte cuánto han mejorado tus palabras.

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  5. Es el paso de los años que va dejando posarse la mixtura de vivencias y reflexiones. A veces las palabras surgen solas (o se ahogan sin remedio) ante la experiencia de lo inmenso.
    La pena es que no surgiese la oportunidad de que lo compartiéseis conmigo. Así, las palabras, mejores o peores, cobrarían todo su sentido al leerlas. Porque hay cosas que exceden con mucho la capacidad de las palabras para expresarlas.

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