"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Montoro de Mezquita: regalos de lluvia y otros pequeños tesoros


 El valle del Guadalope a su paso por Montoro de Mezquita, encajonado entre dos estrechas gargantas
 que lo cierran como a un pequeño cofre.

 Siempre que viajo a Montoro de Mezquita, un pequeño pueblo en el noroeste del Maestrazgo de Teruel, mi prioridad es la fotografía de las estrellas. No en balde sus cielos son de los de mejor calidad de toda la península por su bajo nivel de contaminación luminosa. Pero a veces los planes se tuercen y el cielo se cierra a cal y canto y te deja con el equipo compuesto sin llegar a poderlo sacar del maletero.


Pero a veces, si no te empeñas en lamentarte y dejas que tus ojos deambulen lenta y libremente, descubres que a pocos pasos una infinidad de diminutas maravillas, de pequeños tesoros, se extiende sin pompa ni boato pero llena de belleza. Y simplemente tienes que pulsar el disparador: las fotos se hacen solas. Muy malo ha de ser uno para que no salgan hermosas.



Montoro de Mezquita es como un pequeño cofre de tesoros humildes; de flores, mariposas, rocas, fósiles, aves, historia. De gente, muy buena gente, como Mari Carmen, José Luís e Isabel. Y de estrellas, pero para ése tendré que esperar a otra ocasión.


miércoles, 14 de agosto de 2013

Cuestión de tradición

 
Empieza a ser tradición que cada año, por estas fechas, publique una nueva versión de la región del centro de la Vía Láctea. Podría ser algo más original pero es que es demasiado fotogénica y me pilla pintiparado en mis viajes a Ithaké. Además, supongo que voy buscando la foto perfecta (al menos todo lo que yo puedo acercarme a ese concepto) y siempre pienso que podría mejorar el encuadre o aumentar el tiempo de exposición acumulado para poder extraer más y más detalles.

En la del año pasado no terminé de quedar satisfecho con el procesado. La de este año me deja más tranquilo en ese apartado. Por cierto, como el encuadre es distinto (la de este año se enfoca más sobre el centro de nuestra galaxia), podría tratar de formar un mosaico con las dos, a ver qué tal, pero eso lo dejo para más adelante.

 En el apartado técnico, decir que se trata de 16 tomas apiladas de 4 minutos de exposición cada una con un objetivo de 50 f/1.7 a F.2.8 e ISO 200. Son, pues, 64 minutos en total.

A lo mejor a alguien le llama la atención el ISO de la foto; 200, un ISO bajo para lo que suele ser costumbre en astrofoto. La razón, sin embargo, es sencilla. Es una zona del cielo llena de regiones oscuras junto a regiones muy luminosas, con innumerables estrellas de brillos muy diversos. Es una zona, en definitiva, que requiere un muy amplio rango dinámico para representarla correctamente. 

 Cuando el ISO crece, el rango dinámico de las cámaras digitales se reduce (más o menos en la misma proporción), por lo que es muy importante no excederse con la exposición para no perder información en las luces altas. Lo que lleva al crecimiento exponencial del número de tomas, con la complejidad que ello supone. Es por eso que considero que el ISO alto es más adecuado para motivos de bajo brillo superficial en los que la variable fundamental es el ruido (paradójicamente, cuanto más alto es el ISO menor es el ruido a igual tiempo de exposición y nivel luminoso), mientras que el ISO bajo es adecuado para motivos con un elevado rango dinámico.

Es un tema interesante que merece un espacio más amplio para ser desarrollado y discutido. A ver si más adelante ...

jueves, 1 de agosto de 2013

La Amistad en la Hora Azul



Existe un periodo de tiempo, posterior a la puesta del Sol, en el que todo queda envuelto en una mágica luz azul que lentamente se va volviendo más y más profunda hasta fundirse en el negro de la noche cerrada. Los fotógrafos la denominan "la Hora Azul".

No creo equivocarme si afirmo que todos tenemos alguna experiencia vital memorable ligada a esa "hora". Tal vez por ello resulte tan evocadora y fascinante.

A mi hijo David le encanta ese lugar concreto. Él lo llama "el restaurante de las hadas" y pocas cosas le gustan más que dejar volar la imaginación sobre la arena mientras el crepúsculo discurre dulcemente. Claro que, ¿a qué niño no?. Y esta vez se encontró allí con una niña de carita linda y lánguida con esas mismas inclinaciones.


No sé gran cosa del encuentro; me limité a observarlo de lejos, sin intervenir. Y a fotografiarlo, claro. Sé que era de otro país, de uno lejano. Oí una conversación de sus padres y era una lengua germánica. No soy un entendido pero me pareció escandinava tal vez. Y no creo que ella supiese castellano. Pero se entendían; los niños saben hacer éso. No necesitan hablar para comprender cuando sus mentes caminan en sintonía.


 Deambularon por la playa, contemplaron el mar y el lejano faro. Fueron piratas arribando a una isla lejana. Fueron asombrados exploradores ante Venus resplandeciente. Incluso me pareció que bailaban por un momento.


Ella, tranquila, tal vez tímida, observaba a David moverse acelerado y teatral, contando en voz alta cada cosa que alcanza su imaginación como quien radiase una lluvia de estrellas en riguroso directo. Como la noche y el día, y sin embargo tan iguales.

Llegó con la puesta de Sol y marchó cuando la noche cerraba. Se despidieron junto a los focos de vivos colores que jalonaban la pasarela de madera. Sin tristeza. Supongo que porque ellos comprenden sin dificultad lo obvio: no hubo pérdida alguna por la que sentirla, sólo gozo y experiencia.


Qué sería de nosotros si la vida no nos regalase momentos como ése. Qué sería de mí si no lo tuviese a mi lado.

jueves, 24 de enero de 2013

El Golfo



Costa occidental de la isla de El Hierro, vista desde las alturas del Mirador de La Peña.

Yo viví ahí abajo, de prestado del volcán ...

El Golfo es un gran semicirculo de acantilados escarpados y altísimos (en algunos puntos se superan los 1000 metros de caída libre ... ) que rodea una estrecha franja de llanura junto al mar. En su centro se sitúa el municipio de Frontera, el segundo más importante de los tres de la isla, así como la mayor parte de las plantaciones de plataneras y frutas tropicales. Es una zona rica y fértil, de clima maravilloso en el que nunca es invierno.

Pero también es el producto de un colosal corrimiento de tierras que arrojó al mar un inmenso bocado de la isla (probablemente alrededor de un 20 a 25% de la misma). Toda su llanura costera es un gran amasijo de enormes rocas volcánicas negras y ceniza, todo fragmentado y triturado. En los balcones de su anfiteatro de acantilados todavía son habituales los pequeños (o, en ocasiones, no tanto) desprendimientos y corrimientos. Sin ir más lejos, yo vivía en una calle que se llamaba "Los cantos" y no lo era precisamente por ningún género lírico canario ...

Pasear por esos impresionantes senderos era como hacerlo por los restos de una ciudad destrozada por un atroz bombardeo. Es el recordatorio de la inmensidad de las fuerzas de la Tierra y lo poco que podemos hacer contra ellas. Y pese a todo, de la inconsciencia con la que edificamos nuestras vidas sobre las temibles fauces de la bestia; algún día, una nueva ola de erupciones, quizás algún terremoto de cierta magnitud, y otro gran cacho de isla se precipitará al mar produciendo un debastador tsunami que arrasará las costas de América o África. Solo es cuestión de tiempo, como para la isla de La Palma, no lejos, al norte.

Al fin y al cabo, no somos más que una mota de polvo pasajera sobre la faz de nuestro planeta.