"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



domingo, 25 de abril de 2010

Penélope y Têlémakhos

Muchos creen que al final del viaje, en Ithaké, me esperan Penélope y Têlémakhos. Pero no es cierto; vienen conmigo. El viaje a la Isla sería impensable sin ellos.

Una tarde tranquila y cálida de julio caminamos desnudos y puros entre los acantilados de arenisca de Ithaké. Bajo el Sol, sólo nosotros y la isla. Y el mar sabio y paciente de nuestros antepasados. Curiosos esponsales aquellos en los que nos recibimos el uno al otro y a la luz y al mar sin más ropa, sin más reserva ni desconfianza, que la fina arena blanca que se nos adhería a la piel al apoyarnos en las rocas. No se requirió más ceremonia ni oficiante.




Sin darnos cuenta nuestras almas dejaron de ser dos y ya para siempre son una. La misma que pocos años más tarde se encarnó en Têlémakhos, ese milagro extraordinario lleno de la luz y la vida que nosotros atrapamos en el regazo de nuestras manos en aquel instante en los acántilados. Un pedazo de nosotros, un pedazo de Ithaké.



Sus deditos apuntan hacia el cielo y sus ojitos y su mente se llenan de asombro por las estrellas y por la Luna. Me conmueve el corazón con su inmensa pureza. Surcamos las aguas con él, hacia el este, hacia la luminosa mañana, hacia la Isla.

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