Dice la canción que los únicos amores perfectos, los únicos que no mueren ni se olvidan, son los amores imposibles. Y así era el amor del faro.
Cada noche, al prender su luz y comenzar su jornada, atisba el horizonte y busca a su amada. Y tan a menudo se siente desolado por verla ya lejos al oeste y comprender que no supo de su paso por estar dormido. Pero otras no la ve y entonces se sienta pacientemente a esperar su aparición sobre las aguas a Levante.
Deja pasar las horas enfrascado en su dura e interminable labor, señalando su alta roca hasta mas allá del horizonte, sosteniendo con su esfuerzo la frágil vida de pescadores y marineros. Mientras hila su luz se enardece, se siente poderoso y en su mente se hace paso la firme decisión de no dejar pasar mas ocasiones, de proclamarle su amor, de deslumbrarla con sus más radiantes y azules rayos. Ve claro el camino, evidentes las razones y se vuelve casi impaciente de que llegue el momento que tantas otras veces esquivó por miedo.
Y entonces, ya pasada la medianoche, la ve aparecer sobre las aguas, dulce y sinuosa, hermosa, fascinante. Se siente confuso, balbucea, duda, vacila, se arrastra, se oculta, se miente, se convence, se da la vuelta y aprieta los dientes. Pasa un minuto, dos, diez, veinte, ella se alza, vuela sobre su cabeza, y cuanto mas alta mas absurda parece la idea de llamar su atención, de incordiarla con sus paupérrimas razones, de hacerle el feo de que pose sus ojos sobre él. La deja pasar sintiendo exhalar un cachito del alma que marcha hacia ella pero cae poco mas allá y se pierde para siempre.
El faro se da la vuelta, vuelve a su faena sangrando por dentro una vez mas y se explica, también una vez mas, que no puede, que no sirve, que no merece, que no alcanza, que es demasiado insignificante. Y piensa también que es mejor así, que si ella le correspondiese tendría que marchar y dejar la roca y su dura faena, su dura e imprescindible faena, y él no puede marchar de aquella roca que es su roca, donde nació, donde aprendió su oficio, donde están sus raíces y los que le necesitan, y no puede abandonar su faena, por mas dura e interminable que sea porque nadie mas la puede hacer y son tantas las vidas, las frágiles vidas que dependen de ello. Son tan pequeños e insignificantes los hombres sobre la mar que hasta una soga de luz les es imprescindible para simplemente seguir vivos. Esos débiles e insignificantes e inconscientes hombres que lo mantienen atado sin esperanza a la roca con sus débiles e insignificantes e inconscientes necesidades, impidiéndole marchar con su amada.
Ve entonces marchar hacia el oeste un velero y lo cree en pos de su amada. Y en un arrebato de celos y de ira lo engaña con su haz, lo pone con rumbo equivocado, lo dirige hacia las rocas y contempla como se estrella contra ellas. El cachito de alma que exhaló muere sobre las aguas con los marineros del velero. Pero su ira se enfría y su mente se calma de tormentas. Vuelve a su interminable labor y se olvida poco a poco. Tal vez la próxima vez tenga fuerzas y voluntad y coraje para decirle a la Luna que la ama y tal vez ella le corresponda.
Pero el faro se miente. Y no porque la Luna pueda o no pueda corresponderle. Se miente porque su cobardía no nace de temer que le rechace; su cobardía surge del temor de que le correspondiese. Él no quiere marchar de la roca, no quiere dejar su dura e interminable e inútil tarea. No quiere comprobar a qué saben sus besos ni saber de los recovecos de su alma. Él prefiere la tranquila estabilidad de su anodina vida en la que cada cosa tiene su sitio y hay un sitio para cada cosa. No quiere arriesgarse ni aventurarse, no quiere ver lugares desconocidos ni esforzar palabras y gestos. No quiere confrontar su amor perfecto con su amada real. Él sólo quiere una fantasía que ilumine sus jornadas y sus esfuerzos.
Un día, justo al ocaso, ella surge de las aguas con vestido de gasa rojo, más hermosa y radiante que nunca. Él brilla azul un instante junto a ella. Y bailan sin él saberlo. Porque él sigue perdido en sus excusas y se refugia en sus razones. Y pierde una vez mas la oportunidad; porque aunque en realidad ella no sabe siquiera de su existencia, le está regalando en ese preciso instante una mota de eternidad. Mientras él mira para otro lado ...
Miente la canción porque no es amor lo que no se tiene fuerzas para consumar. No puedes amar lo que no quieres conocer. Y lo demás solo es ensoñación.
"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la
sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".
Homero, Odisea, Canto I
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Precioso relato, Oddiseis. Siempre volvemos a lo mismo, a la necesidad de ser, de amar, siempre buscando y, quizá, nunca queriendo encontrar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y es una pena Javier, porque en buena parte de lo que hacemos en realidad deseamos secretamente no alcanzarlo. Mi relato vale como metáfora no solo del amor, si no también de los ideales, de los compromisos, de las luchas, de las utopías. Son muchas las ocasiones es las que no somos lo suficientemente sinceros con nosotros mismos como para enfrentarnos a lo que realmente esperamos de las cosas. Y como digo, en el camino nos perdemos esas pequeñas motas de eternidad que la vida nos brinda cuando la miramos con los puros y sinceros ojos de un niño, sin esperar mas a cambio que la belleza del instante.
ResponderEliminarUn abrazo compañero.
Una vez más nos muestra Oddiseis que hay otras posibilidades para enmarcar una fotografía.
ResponderEliminarLa dimensión exquisita de la palabra tomada como fino envoltorio, como recurso ambiental en que imbuir una bella instantánea.
Una vez más nos regala un momento de brisa agradable, en medio del vendaval que agita este mundo, compartiendo con todos aquello que captan sus ojos y que sueña cuando los cierra.
¡Hombre, Deckard! Te hacía en Cerdeña disfrutando del sol y de tus retoños.
ResponderEliminarAprovecho para recordarte que la noche del 12 al 13 de agosto es el máximo de las perseidas y sería una bonita excusa para departir entre amigos.
Te ha quedado una serie muy bonita. La que me gusta más es la última. ¿Tienes un 500 mm o la segunda es un recorte?
ResponderEliminarGracias Jordi. Efectivamente tambien es mi preferida.
ResponderEliminarNo, no tengo un 500 mm (ya me gustaría a mí). En realidad la fotografía está tomada con un objetivo zoom Leica Vario-Elmar 80-200 a 200 mm de focal, mas un duplicador, también de Leica, quedando la focal resultante en 400 mm. En el procesado tuve que recortar algo la foto para enderezar el horizonte, que inicialmente me había quedado algo torcido, mas un retoque final de carácter estético. Total, la foto quedó como si hubiese sido tomada con un 600 mm.
Por cierto, las tres primeras son realmente consecutivas y tuve que realizar un auténtico slalom para realizarlas porque cada una la hice en un punto diferente; la primera al lado mismo del faro, junto al acantilado, y las otras dos en puntos mas alejados, a los que tuve que llegar en coche y campo a través, corriendo cargado con todo el equipo, tripode desplegado inclusive, para poder llegar al punto exacto antes de que la Luna se saliese de plano. Todavía no comprendo como pudieron salirme bien las tres ...
ResponderEliminarNunca he visto salir la luna del mar. Algún día será.
ResponderEliminarBonitas fotos.