"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



jueves, 1 de agosto de 2013

La Amistad en la Hora Azul



Existe un periodo de tiempo, posterior a la puesta del Sol, en el que todo queda envuelto en una mágica luz azul que lentamente se va volviendo más y más profunda hasta fundirse en el negro de la noche cerrada. Los fotógrafos la denominan "la Hora Azul".

No creo equivocarme si afirmo que todos tenemos alguna experiencia vital memorable ligada a esa "hora". Tal vez por ello resulte tan evocadora y fascinante.

A mi hijo David le encanta ese lugar concreto. Él lo llama "el restaurante de las hadas" y pocas cosas le gustan más que dejar volar la imaginación sobre la arena mientras el crepúsculo discurre dulcemente. Claro que, ¿a qué niño no?. Y esta vez se encontró allí con una niña de carita linda y lánguida con esas mismas inclinaciones.


No sé gran cosa del encuentro; me limité a observarlo de lejos, sin intervenir. Y a fotografiarlo, claro. Sé que era de otro país, de uno lejano. Oí una conversación de sus padres y era una lengua germánica. No soy un entendido pero me pareció escandinava tal vez. Y no creo que ella supiese castellano. Pero se entendían; los niños saben hacer éso. No necesitan hablar para comprender cuando sus mentes caminan en sintonía.


 Deambularon por la playa, contemplaron el mar y el lejano faro. Fueron piratas arribando a una isla lejana. Fueron asombrados exploradores ante Venus resplandeciente. Incluso me pareció que bailaban por un momento.


Ella, tranquila, tal vez tímida, observaba a David moverse acelerado y teatral, contando en voz alta cada cosa que alcanza su imaginación como quien radiase una lluvia de estrellas en riguroso directo. Como la noche y el día, y sin embargo tan iguales.

Llegó con la puesta de Sol y marchó cuando la noche cerraba. Se despidieron junto a los focos de vivos colores que jalonaban la pasarela de madera. Sin tristeza. Supongo que porque ellos comprenden sin dificultad lo obvio: no hubo pérdida alguna por la que sentirla, sólo gozo y experiencia.


Qué sería de nosotros si la vida no nos regalase momentos como ése. Qué sería de mí si no lo tuviese a mi lado.

8 comentarios:

  1. Y esa "hora azul" en Formentera es aún más azul. Y seguro que esas dos estrellitas que se encontraron en la orilla soñando y bailando hasta la noche cerrada, se acordarán toda la vida. Y para eso tendrán también tus fotografías. Muy bonitas.

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    1. David es un modelo que tiene la "mala" costumbre de regalarme estas oportunidades preciosas para cualquiera que ame la fotografía de tener ante mí la pura vida, el sentido de las cosas sin artificio ni complejidad. Yo no hago las fotos; éstas acuden a mí (o me las trae David de su manita). Tan sólo hay que estar atento.

      Un abrazo.

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  2. ¿Lo ves?

    Cosas de valor que no cuestan nada, son la plenitud de lo inmaterial, y se encuentra en estas cosas, en las estrellas de la noche, en el olor de un buen guiso o de campo recién llovido, en el olor a sal del Océano o en las arrugas de nuestros padres... Debemos fotografiar estas cosas, quién sabe si algún día servirán para enaltecer un estilo de vida menos materialista y más auténtico.

    Abrazos

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    1. No te cambio ni una coma, Andrés. Si no llego a coger la cámara me hubiese merecido un martillazo en todo el craneo. Y pensar que encima el mérito se lo lleva el fotógrafo ...

      Otro abrazo para ti también.

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  3. Me fascina esa naturalidad de los niños para hacer amigos. Siempre he envidiado esa virtud; cuando yo era niño, más.

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    1. ¿Creciste? Mis sinceras condolencias. Yo mismo lo hice el año pasado y todo de golpe: del acné a las canas sin pedir permiso. No es lo debido, no ... Por si acaso ya he encargado el gayato, no vaya a ser que la vejez también me pille despistado.

      Por cierto, es una alegría volver a bromear contigo. Hasta yo mismo había dado por muerto mi blog. Un abrazo.

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