Una vez, en una isla apartada, compartí vida y casa con un gato. Fue una decisión de mutuo acuerdo, un contrato de colaboración o lo que podríamos denominar "una relación sin ataduras". Pero aun así me dejó huella. "Pón" es su nombre.
Pón fue el único superviviente de una familia numerosa. Él y sus ocho hermanos quedaron huérfanos o fueron abandonados con apenas unas semanas de vida, y cuando Penélope y yo los encontramos ya llevaban algunos días solos. Varios de ellos estaban muy enfermos y todos ellos desnutridos. Pero incluso así desconfiaban de nosotros cuando les ofrecimos un platito con leche y migas de pan. Y de todos, los que mas desconfiaban eran dos preciosos cachorros, una gatita y un gatito, uno negro y blanco y el otro blanco y anaranjado.
Con el paso de los días uno a uno fueron desapareciendo hasta que solo quedaron dos; aquellos que desde el principio se mostraron mas desconfiados, ariscos y atentos. Con mucha paciencia fuimos mejorando su estado de salud y haciéndonos con su confianza hasta que terminaron por hacer de nuestro jardín su base de operaciones. Ese día Penélope decidió bautizarlos: Pín y Pón.
Dormían entre las plantas, junto al tronco de un arbolito, bien arrebujados entre las hojas caídas, y durante el día jugaban y exploraban por los alrededores. Eran muy independientes y la primera vez que entraron en casa fue durante el huracán que azotó la isla en febrero de 2008. Entonces, poco después, un coche atropelló a Pín y nuestro gato se quedó definitivamente solo.
Durante mas de un año Pón nos acompañó. Estuvo junto a nosotros mientras nuestro hijo crecía en el vientre de Penélope y fue el primero en intuir su palpitar. Fue quién cuidó de ellos cuando yo me ausentaba, y luego, cuando ella marchó de la isla para pasar los meses finales de su embarazo junto a su familia, fue mi compañero, el que me esperaba a la puerta cuando volvía de trabajar, el que aguardaba junto a la ventana en la madrugada a que yo me despertara, el que dormitaba plácidamente junto a mí en el sillón mientras caía la noche sobre la isla.
En todo ese tiempo creció, aprendió a cazar y a sobrevivir por sí mismo, a hacerse respetar por los demás gatos de los contornos, pero siempre volvía un ratito al día para dejarse querer y nunca perdió su carácter manso, juguetón y afable conmigo.
Poco antes de que me fuese de la isla, casi como si intuyese la despedida, Pón trasladó su territorio y se instaló en unos chalets mas cerca del mar, no lejos de un pequeño restaurante. Días antes de mi partida lo vi por última vez y me despedí. Era al amanecer, junto a unos contenedores.
Es un gato precioso mi gato.
"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la
sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".
Homero, Odisea, Canto I
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Qué entrañable relato... Hay animales que nos rememoran cosas que fuimos o quisimos ser. El pegaso griego, el cerdo orweliano, el lobo indio..., pero el gato, ¡ah, el gato! "Domesticado" durante milenios pero siempre salvaje, siempre felino... Deificado por los antiguos egipcios, hoy quizá se halle en peligro de extinción en determinados lugares fruto del ansia y la desmesura humanas. El gato es mi alter ego, no, es mi mismo yo. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tu texto me ha recordado al principito y su rosa, esa rosa que era especial porque era su rosa. Tu gato es especial por ser tu gato.
ResponderEliminarUn saludo
Tu amigo fiel sin dejar de ser independiente. Estos compañeros de viaje siempre nos marcan.
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios. Añadiré algo más; Pón no era mi mascota, era mi amigo. En el sentido pleno de la palabra. Por no buscado y por no obligado. Yo no estaba con él porque necesitase compañía o porque me divirtiese o porque adornase. Simplemente nos encontramos y compartimos una pequeña porción de la eternidad.
ResponderEliminar