"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



jueves, 8 de julio de 2010

El "Thalassa"

Hace once años, en el puerto de Vinaroz nació un amor imposible. Amarrado en el muelle, pintado de blanco, se alzaba majestuoso el pailebote/goleta Thöpaga.

El Thöpaga amarrado junto al Cala Millo en el puerto de Vinaroz en 1999

Soy un amante entregado de los veleros (lo que no deja de ser un mal vicio, ya que no puedo permitirme ni el más humilde de ellos), tal vez en parte por influjo de mi padre al que le apasiona el maquetismo naval. Creo que son algunas de las mas elegantes creaciones del ingenio humano y uno de los mas universales iconos de la libertad.

Pero no se equivoquen; soy consciente de que el romanticismo y la estética están (o estaban) muy alejados de la cotidiana realidad de los marineros. Y aun así sigo pensando lo mismo, tal vez porque creo que la libertad o la belleza no son estados si no caminos o esfuerzos, actitudes en las que el sufrimiento también está presente y juega un papel importante. Una vez leí en una pintada sobre un muro: "la libertad no se concede, se conquista". Suscribo las palabras del sabio anónimo (aunque creo que es la cita de un revolucionario).


El velero es una forma de respeto hacia el mar. No se impone a él, no lo doblega por la fuerza bruta de un motor. Se deja arrastrar por el viento, lo cabalga con ingenio extremo (¿cómo calificar si no el milagro de avanzar navegando contra el viento, ciñendo?). Aprovecha el delicado equilibrio de las fuerzas y la sabiduría vieja de la naturaleza. Es un maravilloso ejemplo de hasta dónde puede alcanzar el ser humano cuando acepta a la naturaleza en lugar de tratar de doblegarla.

El mar de luz, en el que todos nos sumergiremos algún día

Desde aquel día nos hemos encontrado en muchas otras ocasiones, en Denia, en Ibiza, frente a las costas de Ithaké ... De algún modo el Thöpaga y yo tenemos una especie de conexión mística porque si no me es imposible entender que el único barco que me ha calado el alma sea precisamente el único al que he visto en cada uno de los rincones de mi geografía vital.

Pero es curioso, porque sé que su verdadero nombre no es ese con el que yo le conocí. Y no me refiero a que tuviese muchos otros nombres antes de ese, que los tuvo. Me refiero a que el nombre que tiene en mi alma, el nombre que le habría dado cuando (Dios sabe cómo) hubiera sido mio, ese nombre es "Thalassa"; el mar.

El mismo mar que hace dos años, el 8 de julio de 2008, lo reclamó para sí frente a las costas de Bretaña. El mismo que un día me llevará a mí también y nos reunirá al fin, bajo las estrellas en las cálidas aguas frente a Ithaké ...

2 comentarios:

  1. Buen viaje marinero.

    Ya sabemos que
    "no corta el mar, sino vuela
    un velero bergantín"
    ten cuidado cno los mareos...

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  2. Ea, ya hemos acabado con esta injusticia. Jeje.

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