Allá lejos, bien lejos porque es el pedazo de tierra mas extremo al que se puede ir sin abandonar el país, está esa roca negra y roja que alguien hace mucho bautizara El Hierro. Bien podrían ser los restos flotantes de un gran meteorito que yaciese sobre el fondo del Atlántico; no sería así mas extraño ni alucinante. Su tierra, sus gentes ... Tal vez no se acuerden pero ya les conté en otra ocasión que a esa roca llamé durante año y medio mi hogar y a ella seguiré espiritualmente atado de por vida.
Cuando uno llega por vez primera se lleva inevitablemente una gran sorpresa. Tras despegar de la populosa y diversa isla de Tenerife y sobrevolar La Gomera, el avión enfila directo a la isla extrema y no es posible vislumbrarla para el pasaje hasta muy poco antes de que el aparato gire para iniciar la maniobra de aterrizaje. Y lo que ves entonces te deja atónito; una enorme roca empinada y negra envuelta en niebla en la que no se adivina lugar alguno en el que guarecer un puerto o tender un huerto. Y tampoco puedes imaginarte que exista algún lugar en el que instalar una pista en la que aterrizar. Pero como con lo demás, eso depende del humor con el que te lo tomes.
Definir al herreño y a "lo herreño" me sigue siendo imposible a día de hoy. Gentes tranquilas, pausadas hasta pasmar, afables, amables, acogedoras, reyes del "dejar hacer", amantes del comer y del beber, de los placeres mundanos y de vivir el momento. Y al mismo tiempo los mas astutos y taimados negociantes, feroces de lo suyo y tozudos como el basalto. Todo ello junto y nada de eso sino algo completamente diferente. Así que aquí lo dejo; no intentaré resumir en dos lineas lo que ni una vida entera bastaría para comprender. Volveré a lo del humor.
Porque realmente todo lo que importa es el humor con el que te lo tomes. Éso sí que me caló; pase lo que pase las cosas son exactamente como las encajes. Puedes pasar de puntillas, no ver mas que lo de fuera, tomarte la vida a la tremenda o que te duelan los pies de tanto tener que caminar. O puedes dejar que fluya, empaparte de lo que te encuentras, aprender a cada rato y, sobre todo, tomártelo con muuuucha calma. Los hechos serán los mismos; la vida no.
Les diré un par de cosas sobre el "yo" de cuando fui herreño: amé el silencio, los acantilados y el cielo estrellado (cuando me dejó). Odié el viento pesado del este, el espray salitroso y, por sobre todas las cosas, la calima de muerte. Amé el mar, los golfos, los eriales de la costa sur, la laurisilva y un par de calles y de plazas de Valverde. Odié la obsesión carnívora de sus gentes, los inmensos corredores dedicados a dulces y chucherías en los supermercados, el mar de nubes cuando tenía que estar bajo él. Amé el queso freso y las almendras crudas, los higos cuando los pillé, la ceniza volcánica y los cernícalos, y el mar de nubes cuando pude estar sobre él. Odié los derrumbamientos a pocos cientos de metros de mi casa, la soledad y la distancia cuando mi mujer y mi hijo recién nacido dormían a dosmil quilómetros, los conductores sin corazón. Y amé el Faro de Orchilla, el borde sobre el abismo del Golfo, la niebla, llegar al trabajo, al aeropuerto, poco antes del alba y parar el coche y apagar las luces en medio de la nada, pasear, respirar ...
La vida es eso, lo que vemos, lo que sentimos, lo que aprendemos por el camino. Lo bueno y lo malo. Pero solo si nos enseña algo de nosotros mismos.
Si alguna vez van a El Hierro y se sientan sobre una colada de lava a escuchar el viento, no se sorprendan si me ven a su lado. Algo de mí sigue por allí.
Si alguna vez van a El Hierro y se sientan sobre una colada de lava a escuchar el viento, no se sorprendan si me ven a su lado. Algo de mí sigue por allí.