"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



jueves, 29 de abril de 2010

Pequeños enigmas

Hace unos pocos días mi hijo hizo un descubrimiento asombroso; a su tierna edad vio por vez primera las extrañas danzas brownianas de las partículas de polvo junto a la ventana. Quiso atraparlas en vano y se le veía fascinado por aquellas diminutas y luminosas criaturas. Para él sólo es el principio de una larga sucesión de pequeños enigmas que de tanto en tanto salpicarán su existencia.


Tengo la absurda sensación de que hay un Creador con gran sentido del humor (y de la estética) que ha sembrado el universo de estos pequeños enigmas para hacernos un guiño. Cada uno es una pieza de un gigantesco puzzle, uno en plan "eternity", que al componerlo (si alguien alguna vez lo consiguiese) expondría como premio el secreto del universo. Dios no jugará a los dados pero se pirra por los sudokus.


El caso es que de cuando en cuando logro capturar uno de esos pequeños fragmentos de mensaje en una fotografía. O para ser más exacto (y más sincero), al ver una foto tomada al azar descubro uno de ellos astutamente agazapado en ella. Yo los distingo por el magnetismo; la ves y te das cuenta que te producen un ligero desasosiego, un vértigo, que hay algo extraño pero indefinible en ellas. Algo que tiene que ver con la manera en la que se componen los fragmentos más pequeños. Como si sintieses la necesidad de aproximarte más y más, de ver con detenimiento ese minúsculo detalle.

Y casí siempre en el interior de cada uno de los pequeños enigmas se oculta un rayo de luz extraviado. Pero puede que sólo yo pueda verlo. Quizás esas fotos en el fondo no tengan nada de especial.


No estoy ni remotamente cerca de resolver el puzzle. Tal vez me falten piezas. Tal vez usted, lector (¿blogonauta?), tenga en su poder alguna. Una imagen, una frase, una sensación, qué se yo. Y tal vez fuese tan generoso como para compartirla conmigo. Al que lo haga prometo contarle el secreto del universo cuando lo descubra (y mi agenda de conferencias me lo permita).


P.D.: Al enterarse de mi oferta mi hijo me regaló un pequeño caracol que a reglón seguido pretendió que ingiriese. ¿Debería haberlo hecho?¿Me habría acercado ello a la mente de Dios?. En cualquier caso él se ha situado el primero de la lista para la Revelación.

domingo, 25 de abril de 2010

Penélope y Têlémakhos

Muchos creen que al final del viaje, en Ithaké, me esperan Penélope y Têlémakhos. Pero no es cierto; vienen conmigo. El viaje a la Isla sería impensable sin ellos.

Una tarde tranquila y cálida de julio caminamos desnudos y puros entre los acantilados de arenisca de Ithaké. Bajo el Sol, sólo nosotros y la isla. Y el mar sabio y paciente de nuestros antepasados. Curiosos esponsales aquellos en los que nos recibimos el uno al otro y a la luz y al mar sin más ropa, sin más reserva ni desconfianza, que la fina arena blanca que se nos adhería a la piel al apoyarnos en las rocas. No se requirió más ceremonia ni oficiante.




Sin darnos cuenta nuestras almas dejaron de ser dos y ya para siempre son una. La misma que pocos años más tarde se encarnó en Têlémakhos, ese milagro extraordinario lleno de la luz y la vida que nosotros atrapamos en el regazo de nuestras manos en aquel instante en los acántilados. Un pedazo de nosotros, un pedazo de Ithaké.



Sus deditos apuntan hacia el cielo y sus ojitos y su mente se llenan de asombro por las estrellas y por la Luna. Me conmueve el corazón con su inmensa pureza. Surcamos las aguas con él, hacia el este, hacia la luminosa mañana, hacia la Isla.

jueves, 22 de abril de 2010

La Niebla

Cuando el Sol se pone la tierra empieza a enfriarse rápidamente. Las rocas, la tierra, están hechas de materiales con una escasa capacidad para retener el calor; se calientan muy rápidamente al Sol directo e igualmente rápido se enfrían cuando éste desaparece.
Las nubes, opacas a la radiación térmica, cuando están presentes combaten el enfriamiento del suelo porque actúan como mantas al reflejar de nuevo hacia tierra la radiación que ésta emite hacia el cielo mientras se enfría. Su ausencia pronostica noches heladas.
El aire empieza a enfriarse por su capa más baja, la que está en inmediato contacto con el suelo, porque es un mal conductor del calor. A pocos metros sobre el suelo el aire está hasta varios grados más caliente que junto a tierra. Cuando hay viento, la turbulencia que provoca mezcla ambas capas de aire y reduce el enfriamiento de la inferior.


En las frías noches de invierno, cuando el cielo está despejado y el viento en calma, bajo la luz de hielo de las estrellas, el suelo se desangra de calor sin remedio. Entonces, si la humedad es suficiente, empiezan a formarse las nieblas.
El aire se espesa, se vuelve "sedoso" y adquiere extrañas cualidades acústicas. La profundidad óptica de algunas nieblas llega a ser tal que la visibilidad alcanza apenas unos pocos metros. Y son frías, muy frías. En conjunto, una niebla espesa es un fenómeno inquietante y cautivador.
Casi cualquier cosa que entre dentro del encuadre de la fotografía adquiere una dimensión extraña y diferente cuando se capta envuelta en niebla. Objetos que bajo la luz habitual son amables y tranquilos, bajo ella toman un aspecto estridente, siniestro, amenazador. Los árboles se vuelven fantasmas, los caminos son lineas de fuerza magnética, las ramas parecen osamentas abandonadas...
Sucede el extraño fenómeno de que la instantánea es capaz de captar un fenómeno acústico; el silencio expectante. Y uno térmico; el frío. La niebla es una de esas pocas cosas que se deja retratar: Hace más por la fotografía que el propio fotógrafo. Basta con no forzarla, con no tratar se doblegarla a nuestra voluntad, con no planificar, con no limitar lo que no entendemos.



Me detuve en el camino, y escuché. Disparé casi al azar pero podía sentir una irresistible atracción por el vacío que se escondía al fondo de las líneas que proyectaba la carretera. Si creyese en esas cosas, diría que en él se disimulaba una presencia. Pero no había miedo. Las minúsculas gotitas de rocío sobre las telas de araña velaban por mí.

sábado, 17 de abril de 2010

La Isla del Meridiano (I)

Cosas de la vida. Yo, como Serrat, nací en el Mediterráneo, pero en mi azaroso deambular traspasé las Columnas de Hércules y navegué hacia el sudoeste empujado por el alisio hasta alcanzar las agrestes costas de una alta roca, negra y roja, a la que conocen por Isla del Meridiano. Allí, los mismos vientos que me habían traído me retubieron algún tiempo, casi año y medio, y pude conocer su geografía y sus gentes.


Fortaleza inespugnable, perpetuamente asediada por el océano y los vientos, toda ella está como en suspenso, espectante entre la creación y la destrucción. Se esconde en la niebla y, celosa, espera. Lo que le trae el viento o lo que pasa de largo. No hace más. El tiempo corre a otro ritmo entre los mangos y las plataneras.


Es un mundo metido en una pompa de jabón. Todos los países y aún la misma Luna caben en su angosto solar y se suceden uno a otro cuando la recorres de punta a cabo. Y al final, cuando cae sobre las aguas todo lo más al Sur que alcanza, llega hasta lo paradójico, al Mar sin Viento, rodeado de viento.
Me encaramé a menudo desde sus anchas columnas de duro y tenaz basalto negro hasta la cima de frágiles y quebradizas cenizas, telúricas y biológicas (se puede llevar cuenta de los años, como en el tronco de los árboles, por la cromática alternancia de ambas). Y desde allí logré atisbar en los raros momentos en los que la niebla se abría y la parda y sofocante cálima se encontraba lejos al este, un cielo prístino y sereno, como únicamente la soledad puede permitir.


Reflexioné bajo las estrellas tratando de comprender lo que la isla me decía. Pero su alma es antigua y extraña, muy anterior a los seres humanos que la habítan (casi que la sobrellevan), como el aullido del viento entre los altos muros de sus acantilados, tan diferente del cálido arruyo de mi Mar sobre las arenas de Ithaké...
Desistí de comprenderla, de atraparla en una botella, y mi corazón se llenó de respeto por la roca.

miércoles, 14 de abril de 2010

Las estrellas nos susurran el camino

Hace años, cuando estaba estudiando en la universidad, solía despertarme muy temprano para ir andando hasta la facultad. Eran tres o cuatro kilómetros, lo que me exigía entre tres cuartos y una hora; tiempo ganado para pensar. Siendo apenas la madrugada me era posible contemplar, si la meteorología lo permitía, las últimas estrellas disolviéndose lentamente en el azul creciente.


Aquella compañía conformaba mi geografía alternativa. Me explicaré: Jugaba a bautizar en mi mente las calles y plazas por las que pasaba con los nombres de los astros que se destacaban prominentemente sobre ellas. Había una avenida de Venus, una calle de Sirio, una plaza de la Luna, una torre Marte.
Las calles, en caóticamente ordenada perspectiva apuntaban directamente a las estrellas y éstas mostraban así su doble juego. Eran como los guías del viajero errante en tierra extraña y al mismo tiempo, en la lejanía, semejaba que mi camino me conducía directamente a ellas.


Como la cuidadosa arquitectura de los templos antiguos, cada línea nos recuerda que al final de todos nuestros sueños está la eternidad. No es que los astros dicten nuestro destino. Es que nuestra alma nos susurra al oído que de alguna inconcebible manera formamos parte de esa inmensidad. O tal vez sea, como decía Carl Sagan, la intuición de que tarde o temprano abandonaremos el cálido regazo de la Tierra para navegar entre las estrellas… Qué sé yo. Al final, la astronomía es también una forma de espiritualidad.


Tengo postergado y sin fecha un gran viaje por lo humano y lo telúrico, fuera de toda ruta, con la Luna como guía. ¿No sería fantástico?

martes, 13 de abril de 2010

Conjunción Venus-Mercurio

Andan Mercurio y Venus muy cercanos en el cielo en estos días. He de confesar que no estaba yo muy enterado del evento hasta que ví publicada la foto del maestro Frikosal. A la suya, excelente como siempre por cierto, se añadieron pronto las aportaciones de Jordí Busqué, Félix y Josep Mª Abadia.


Picado por la envidia (sana, espero) me dispuse a hacer mi propia aportación a la cuestión y tuve la suerte de disponer de tiempo y climatología favorable precisamente el día 8 de abril, que era cuando Mercurio alcanzaba su máxima elongación (o sea, la mayor separación respecto al Sol), por lo que era posible hacer la foto en las mejores condiciones de oscuridad del cielo.


Ambas están hechas con un objetivo 80-200 f/4, la primera a 80 mm y f/5,6 y la segunda a 200 mm y nuevamente f/5,6. En los dos casos la exposición es de 1 segundo y la sensibilidad ISO 200.

miércoles, 7 de abril de 2010

De la naturaleza dual de las cosas

Dicen los creyentes en la astrología que el alma de los nacidos bajo el signo de Géminis presenta dos caras. Pero hasta donde yo sé ¿es que hay siquiera una sola cosa en este mundo que no las tenga?. Nada es lo que parece o al menos nada es tan simple como para caber en una sola palabra.

Sencillamente, sin aspavientos, la trepadora me muestra sus púas y garfios, de los que se vale cuando de sujetarse se trata. Y al mismo tiempo despliega la grácil sutileza de sus zarzillos con los que se sujeta para seguir subiendo por su huésped. Esas dos facetas son complementarias y suplementarias la una de la otra; cada una hace cosas que la otra no podría y las dos juntas hacen mejor cada una de esas cosas de lo que lo harían de estar solas.



Tendemos a pensar que la competición es una vía para que la mejor de las alternativas termine triunfando y que la existencia de diferencias es un indicativo de que la naturaleza muestra preferencia por esa manera de actuar (“me diferencio luego compito “, parodiando a Sócrates). Pero en cuanto observamos la naturaleza con detenimiento rápidamente percibimos que en numerosas ocasiones explota la complementariedad y la colaboración: dos ondas en fase forman una nueva (resonancia constructiva) que es mayor que la suma de ellas; la existencia de dos sexos aumenta la capacidad de las especies de explorar nuevos caminos evolutivos que con uno solo hubiese acontecido únicamente tras un número mucho mayor de generaciones; la vida en comunidad incrementó las posibilidades de supervivencia de nuestro árbol genealógico (los homínidos), permitiendo y estimulando el desarrollo de la inteligencia. Hay tantos ejemplos …

Pero vivimos sumidos en la idolatría de la competitividad. Creemos que todo progreso procede de la competencia hasta el punto de conceder al ganador el derecho a imponer su voluntad. Olvidamos que hemos llegado hasta aquí todos juntos.

Que yo le pueda seguir enseñando a mi hijo las sutiles complejidades de las trepadoras depende de que aprendamos la importancia y las ventajas de la colaboración. Para que quién decida si ese rincón lo ocupa la trepadora o un ladrillo no sea quien tenga la fuerza para imponerlo.

jueves, 1 de abril de 2010

Paciencia

Tal vez algún día aquí haya una entrada de verdad, pero por ahora se tendrán que conformar con saber que me hallo en construcción.